miércoles, 25 de enero de 2017

Personas, y café

Una cafetería. Ya has estado allí más veces. Con personas, distintas, en otros momentos de tu vida. En otras circunstancias. Pero sigue siendo lo mismo. Quizá otros pensamientos recorran tu mente. Puede que mejores que anteriores. Puede que mucho peores. Con leche, por favor.

 

Hoy te ha costado levantarte. Puede que menos que otros días. Puede que mucho más. Valeriana, el mejor invento, el placebo más inútil. No entiendes como a la gente le funciona. Intentas engañarte, como lo hacen muchos. Tomas tres para engañar a tu mente. Con dos no haces nada, y con tres menos. Lo asumes, y no, no duermes. 


Qué sabia la vida. Y qué oportuna. Manda señales justo en el momento en el que ella cree que es el apropiado para que aprendas. Y tendrías que pedir el café más frío. No hay quien le pegue un trago. No te importa esperar. No tienes prisa. Esperas a que ocurra ya. Se te va a escapar, y no sabes como hacer que pare.


Buscas en tu mesita de noche. No te quedan más. Coges cualquier cosa que pillas. Y la miras. Está ahí también. No entiendes porqué. Esperas al siguiente batacazo. Llegará en unos minutos. Despréndete del móvil, de las lentes, de la manta. Nada te va a hacer falta cuando llegue.

 

Te acostumbras. Es uno más de los muchos que has pasado, de los muchos que te esperan. Te llaman. Es lo que menos necesitas. Pero es lo que mejor te va a venir. Dejas de ver, te has quitado las gafas, y aun así tecleas porque es lo que mejor te viene ahora. Puede que lo peor. No contestas. Y estás mojando el teclado.


Tienes ganas de gritar, de irte, de volar. Pero el café sigue caliente. Tenías que haber pedido leche fría. Qué pena que el camarero tenga un mal día. No te arriesgas. Tu vida corre peligro. 
Observas a tu alrededor. Una persona. Si una persona te mira, te sonríe, y vuelve a lo suyo. Pensará que no tienes ni idea de como funciona esto. Esa persona.



Miras atrás. Recuerdas. No hace tanto, y parece que ha pasado un milenio. La luz que atravesaba la persiana te animaba a seguir dormida. No tienes nada mejor que hacer que ocupar todo el espacio que ha quedado. Puede que sea el momento más feliz de tu vida. O por lo menos que recuerdes hasta ahora. Cuentas minutos. Y sigues soñando. Ojalá durara siempre ¿no?, parece que es mucho pedir.



Te vuelve a mirar, y te hace una pregunta. Sales de allí sintiéndote de ese lugar, de esas calles, de esas personas. No sabes cuanto tiempo te queda para irte de allí y no volver. Presientes que poco. Sabes que cuando tengas que irte, siempre podrás volver, pero no de la misma manera. 



Quédate con su luz, con su olor, con la forma de caminar de esas personas. Quédate, que siempre quedará allí un trocito de su alma. Inevitable. La acogieron, y eso siempre lo agradecerá. Y cuando le toque marcharse no cree que tenga oportunidad de despedirse de todas esas personas, no le dará tiempo. Tendrá que irse rápido de allí. 



Subes los escalones, primero uno doblado, y luego seis, o siete seguidos. Podría dar mil detalles. Todo sigue tan igual. Qué sensación tan rara. Es tu lugar. Pero a la vez tan poco tuyo. ("Monachopsis: sensación sutil pero persistente de estar fuera de lugar y a la vez estar en el sitio correcto"). El olor [...], te reconforta. Ojalá estuvieras allí. Esperándola. Como ella quisiera cada día, cada dos veces al mes. Cada minuto.




No te da tiempo. Tienes que hacer muchas cosas. El café aún sigue caliente. Respiras hondo, miras a tus laterales, y ves que todo sigue igual. Anhelas su presencia, pero te reconforta saber que todas esas personas forman parte de ella . Y esperas. Esperas diez años, si hiciera falta a que vuelva a mirarte y hacerte esa pregunta. A que te sirva las aceitunas. A que te abra la puerta. A que te diga buenas tardes desde el final de las escaleras. A que te atienda detrás del mostrador. A que te indique el camino que tienes que seguir. A que te cobre la barra de pan, 0,87 céntimos a las 14:51 h. O a que te de el pantalón de tu talla. En todas esas personas estabas.  



No va a ser fácil mirar a todas esas personas con otros ojos. Con otra cabeza. Con otro sentir. Puede que nunca lo consiga. Y si algún día lo logra, el café con leche seguirá ardiendo. Es lo único que tengo claro.





L.






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